Las ‘pobres viejecitas’ de los peajes

Este puente festivo las carreteras del país se vieron atiborradas de vehículos lo que da para pensar que los signos de recuperación, tan necesarios para la economía, son evidentes. Y me permito hablar en primera persona y referirme a una experiencia en una ruta que en los últimos años ha sido frecuente para quien esto escribe: Bogotá-Villa de Leyva.
De hecho, fui uno de los damnificados por los cierres viales producto de las protestas en el mes de abril y de los actos vandálicos que afectaron los peajes en esta ruta, cuatro para ser más exactos, que valga decirlo resultan exagerados para una distancia que apenas supera los 165 kilómetros, es decir, que si se divide por cuatro, el resultado es de un cobro cada 41 kilómetros.
Pero vamos al punto y es que este fin de semana, al pasar por cada uno de ellos, se observa un panorama que para quien no conozca la historia puede resultar como si se hubiera registrado hace poco, pues las ventanas que fueron destruidas no han sido cambiadas y los plásticos, muchos de ellos en mal estado, son los que protegen a los trabajadores del frío y de las inclemencias del tiempo.
Esto, desde cualquier punto de vista, es inaceptable, pues con la cantidad de vehículos, que se cuentan por miles, las ganancias de quienes tienen la fortuna de haberse ‘ganado’ una concesión son millonarias. Entonces no se entiende que una reparación tan mínima y la cual no debería tardar más de una semana no se haya hecho hasta el momento.
Y más cuando se involucra a seres humanos que merecen unas condiciones dignas de trabajo. Pero estamos en Colombia, un país en el que no pasa nada, en el que se atropella a la gente sin consecuencia alguna y en el que se le exige a muchos y al que se les dan licencias a pocos.
Sería bueno que los encargados de entregar las concesiones y el Ministerio de Transporte les exija a estas empresas el cumplimiento de deberes tan mínimos, pero vaya uno a saber por qué se hacen los de la vista gorda.
Miserables. No les cabe otra palabra, pues mientras sus arcas se engordan minuto a minuto, a ellos y hay personas muy poderosas involucradas, al parecer nos les alcanza para comprar unos simples vidrios y de esta manera proteger a quienes les recaudan sus jugosas ganancias. Eso me hace recordar a la “pobre viejecita, que no tenía nada que comer…”